La historia de la Biblia – la Promesa de la Simiente

La Biblia es el libro más conocido del mundo. Editoriales han vendido más Biblias que cualquier otro libro. Es posible que una persona no la haya leído o no crea en ella, pero casi cada persona tiene una copia de la Biblia en su casa.

Todos saben algo del contenido de la Biblia. Quizás saben la historia de Adán y Eva, de Noé y el diluvio, de Moisés y los 10 mandamientos, o por supuesto de Jesús y la cruz.

Sin embargo, mientras la Biblia es muy conocida, a la misma vez no es muy sabida por mucho. En realidad, pocos saben cuál es el mensaje total de la Biblia.

Aun muchos de los que se llaman “cristianos” no pueden poner eventos mayores de la historia bíblica en orden o no pueden recordar todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento.

Por esta razón, es muy importante tomar algo de tiempo para entender la historia completa de la Biblia.

El Antiguo Testamento

En el principio, creó Dios el mundo y puso al hombre en esta creación (Génesis 1:1, 27). El mundo era “bueno en gran manera” (1:31).

Pero todo cambió con el pecado del hombre (3:6). El hombre fue echado del huerto del Edén, lejos del árbol de la vida. Adán y Eva comenzaron a morir físicamente y espiritualmente. Con Adán y Eva, comenzó el problema del pecado.

Sin embargo, Dios tenía un plan. En Génesis 3:15, maldiciendo a la serpiente por su parte en la rebelión, Dios predijo una guerra entre la serpiente (Satanás) y la simiente de la mujer: “él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.” En esta batalla, la simiente de la mujer sería herida pero a Satanás sería dado un golpe fatal.

Esencialmente, tenemos la historia de la Biblia en los primeros tres capítulos: el hombre y su problema del pecado, y Dios y su salvación llevada por medio de la simiente.

Pero, ¿quién es la simiente? ¿Cómo iba a cumplir Dios su promesa de esperanza? Esto es el resto de la historia.

Después del primer pecado, el problema solo empeoraba. Cada hombre eligió pecar hasta que “cada intención de los pensamientos [del hombre]…era sólo hacer siempre el mal” (6:5). Solo había una familia, la familia de Noé, que halló gracia ante Dios (6:8). Dios decidió salvar a Noé de la maldad de los hombres por un diluvio mundial (6:7).


 Por Noé y sus hijos la tierra fue repoblada y por sus generaciones (literalmente su simiente) venía un hombre de fe, Abraham. A Abraham Dios le dio tres promesas importantes (12:1-3):

La Promesa

  • Una nación
  • Una tierra
  • Una bendición
El Cumplimiento
– Israel
– Canaán
– La simiente

Estas promesas no fueron dadas so- lamente a Abraham (22:17-18), sino repetidamente a sus hijos, Isaac (26:4) y Jacob (28:3-4, 13-14).

En el curso de los eventos, Jacob (Israel) tuvo doce hijos. A cada uno Jacob le dio promesas también. La promesa a Judá es especialmente interesante (49:10). Usando el lenguaje de la simiente, Jacob dijo, “el cetro no se apartará de Judá…hasta que venga Siloh.” Los reyes de la nación de Israel iban a venir de los hijos de Judá.


 

 Los hijos de Jacob fueron llevados a Egipto y puestos bajo esclavitud por el Faraón. Pero Dios les bendecía. Cuatro ciento años más tarde, al principio del libro de Éxodo, los hijos de Israel habían crecido para ser una nación grande. Dios levantó a un hombre, Moisés, para salvar a la gente por medio de 10 plagas. Al fin, todo Israel cruzó el Mar Rojo y fueron al Monte Sinaí para recibir un pacto con Dios.

Aun durante este tiempo, Dios pensaba sobre su promesa al hombre. Todavía al pie de Sinaí, en Levítico 26:40-42, Dios les prometió recordar el pacto que tenía con Abraham, condicionado en la obediencia del pueblo.

Después de Sinaí, los Israelitas pasaron cuarenta años por el desierto y llegaron a la tierra de la promesa, Canaán (Números y Deuteronomio). Conquistando los pueblos con la dirección de Josué, vivieron muchos años en Canaán, gobernados por Dios y sus jueces.


 

 Sin embargo, la gente no estaba contenta con los jueces. Queriendo ser más como las otras naciones, pidieron un rey. Saúl era el primer rey, pero no era obediente a Dios, entonces Jehová lo repuso con David, un rey que conformaba al corazón de Dios.

Durante el reino de David, más o menos quinientos años después de la salida de Egipto, Dios le dio a David la promesa de la simiente (2 Samuel 7:12-13), prometiendo un hijo que edificaría un templo y tendría poder para siempre. Una parte de esto era cierta sobre su hijo Salomón quien en su reino edificó un templo físico en Jerusalén.

Pero esta profecía tenía una vista más amplia que solamente la vida de Salomón.


La historia después de Salomón era muy turbulenta. En el reino de su hijo Roboam hubo una división entre las doce tribus: diez tribus al norte (Israel) y dos tribus al sur (Judá). Todos los reyes de la nación norteña eran malos, no poniendo atención en las leyes de Dios y sirviendo a los ídolos de las naciones. Entonces, Dios castigó a la nación, enviándola a la cautividad en Asiria. Los reyes del sur eran un poco mejores. Por más tiempo, ellos retenían su relación con Jehová con el templo en Jerusalén, pero en el fin ellos buscaban los dioses, y Judá fue llevado a cautividad en Babilonia.

Aun en este tiempo obscuro para Israel, cuando el templo físico fue destruido y la nación de Dios fue llevado a una tierra extranjera, Jehová todavía recordaba su promesa a Abraham. Por el profeta Jeremías, Dios predijo de un “renuevo” que reinaría justamente y salvaría a su pueblo (23:5-6).


 Después de varios años en cautividad, Dios le permitió regresar a una porción de los judíos a su tierra. Reedificaron Jerusalén y el templo, pero nunca alcanzaron la gloria del pasado. En este tiempo, el profeta Zacarías le dio esperanza a Israel. Otra vez, un renuevo gobernaría como rey y sacerdote y edificaría el templo (6:12-13), esto mientras los Israelitas estaban reedificando el templo físico.

Así termina el Antiguo Testamento: el misterio de la promesa de la simiente, el rey prometido, y un templo nuevo todavía siendo sin resuelto para los judíos. El misterio no es revelado hasta cuatrocientos años más tarde…

 

El Nuevo Testamento

Mateo 1:1-17 – El primer libro del Nuevo Testamento, Mateo, abre con una lista de hombres, los antepasados de Jesús. El propósito de esta lista es también el propósito del libro de Mateo en total: mostrar a Jesús como el hijo de Abraham y David. Jesús es el rey prometido y el cumplimiento de la promesa de Abraham (1:1).

Lucas 3:23-38 – Otro evangelio, Lucas, también tiene una lista de genealogía. Esta lista no solamente regresa a David o Abraham, sino regresa hasta el principio. Nos recuerda de la promesa dada primeramente a Adán y a Eva; la simiente de la mujer en Génesis 3:15 ha venido. El mensaje de Lucas es Jesús viene como el Salvador de todos — no solamente de los judíos.

Gálatas 3:16-17, 26-29 – El apóstol Pablo habla en Gálatas sobre el hecho que la salvación no es solamente para los judíos sino está disponible para los gentiles (los demás) también. Cristo viene como el cumplimiento de la promesa de Abraham; Cristo es la simiente prometida. Entonces, aunque no somos hijos de Abraham físicamente, podemos ser herederos de la bendición que Dios les promete a todas las familias y las naciones de la tierra (Génesis 12:3).

Vea también Romanos 4:16-18.

Efésios 3:3-6 – En la carta a los efesios, Pablo habla otra vez sobre la oportunidad para los gentiles de ser ciudadanos del reino de Dios, sin ser judíos. Esto cumple las promesas del Antiguo Testamento, un mensaje que era un misterio para los judío. Ahora, con la nueva revelación por sus apóstoles, nosotros podemos entender todo este misterio.

Hebreos 2:14-16 – El escritor de Hebreos dice que por fin, la muerte de Jesucristo anula el poder del diablo, el poder de la muerte. En la cruz, la serpiente recibe su herida fatal (Génesis 3:15) y cada hombre es dado la oportunidad de ser libre del poder del pecado y la muerte.

The mensaje de la Biblia

Sencillamente el mensaje de la Biblia es sobre el Cristo.

  • El Antiguo Testamento – Cristo viene.
  • Los Evangelios – Cristo está aquí.
  • Las Epístolas – Cristo viene otra vez.

–David Raif
david.raif@serdeCristo.com

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